Desde la pandemia del COVID-19, China ha venido experimentando algo poco familiar: condiciones deflacionarias. En esta etapa del desarrollo económico de China, el crecimiento potencial del PIB probablemente esté en el rango del 5-6%. Pero la demanda agregada, con relación a la capacidad productiva, es demasiado baja para que se pueda concretar este potencial.
No es difícil identificar los factores que pueden haber debilitado la demanda externa. Las economías avanzadas, especialmente Estados Unidos, han impuesto aranceles altos a los productos chinos e introducido restricciones a las exportaciones de ciertas tecnologías avanzadas a China. Por otra parte, se están consolidando fricciones comerciales más amplias, impulsadas en parte por las sanciones impuestas en respuesta a la invasión de Ucrania por parte de Rusia en 2022. La reelección del expresidente Donald Trump probablemente presagie más restricciones comerciales y de otro tipo, y otro paso hacia el nacionalismo, el unilateralismo y la fragmentación en el sistema global. Este no necesariamente es un cambio de perspectiva importante en las relaciones entre Estados Unidos y China, como sí lo serían aranceles del 100%. Sin embargo, reensamblar alguna versión de un orden multilateral parece considerablemente menos probable en el corto plazo.
Dicho esto, China ha alcanzado el grado de desarrollo donde la demanda interna, no la externa -especialmente en los sectores de servicios no comercializables- debería responder por el grueso de la demanda agregada. Con un PIB de 13.000 dólares per cápita, China se ha convertido en una economía de ingresos medio-altos que se acerca a un estatus de ingresos altos. De manera que la parte no comercializable de su economía debería estar alcanzando la dimensión vista en los países de altos ingresos: dos tercios del PIB.
Esto implica que ni siquiera una demanda muy fuerte de las exportaciones chinas, o una fuerte demanda de bienes comercializables en general, podría compensar un déficit importante de la demanda de bienes no comercializables. Las barreras para el crecimiento chino reflejan, principalmente, la debilidad de la demanda interna agregada, producto en gran medida de un déficit en el consumo de los hogares.
Un desempleo relativamente alto, combinado con la incertidumbre sobre las perspectivas de la economía, ha alentado a los hogares chinos -que ya son grandes ahorradores en términos globales- a redoblar el ahorro por prevención. Más importante aún, la caída del valor de la vivienda, que representa aproximadamente el 70% de la riqueza de los hogares chinos, tiene efectos negativos importantes en el consumo. Como aprendió Estados Unidos después de la crisis de hipotecas de alto riesgo de 2007-10, reparar los daños en el balance del sector de los hogares no es tarea fácil, y mucho menos que se pueda lograr rápidamente.
La caída de la actividad inmobiliaria también afectó las finanzas de los gobiernos locales, que han dependido profusamente, desde hace tiempo, de las ventas de terrenos y de los ingresos del sector inmobiliario. Las crecientes dificultades fiscales entre los gobiernos locales agravan las presiones deflacionarias.
Un segundo motivo para el déficit de la demanda interna de China es la baja inversión en el sector corporativo privado. Una demanda interna débil de productos y servicios finales es un factor subyacente; la caída de la confianza, arraigada en una falta de claridad sobre la relación entre el sector privado y el gran sector de empresas de propiedad estatal, es otro.
La inversión extranjera directa también ha caído, debido a las restricciones comerciales y de inversión y a las tensiones geopolíticas, aunque el impacto en la economía de China es menos relevante.
En el pasado, la inversión pública ha sido un motor importante de la demanda agregada china. Durante las tres décadas de crecimiento muy acelerado de China, la formación bruta de capital -en gran parte dirigida por el gobierno- ascendió a más del 40% del PIB. Pero los gobiernos locales, que atraviesan dificultades fiscales, tienen menos margen para realizar inversiones masivas como las que se vieron en el pasado, y una recuperación de la inversión solo tendría un impacto limitado en el crecimiento futuro. Un exceso de inversión exclusivamente para achicar la brecha en la demanda agregada es imprudente, como bien saben los responsables de las políticas en China.
Las condiciones deflacionarias de hoy pueden no resultarles familiares a China, pero no son del todo sorprendentes. La transición de un modelo de crecimiento liderado por las exportaciones y la inversión a uno basado en el consumo interno y en la innovación representa una transformación estructural fundamental. Sería más sorprendente si todos los componentes de este cambio estuvieran perfectamente sincronizados.
En todo caso, la respuesta política ya está en camino. Por empezar, el gobierno está implementando una serie de medidas destinadas a estabilizar el sector inmobiliario sin alimentar una nueva burbuja. Por ejemplo, China prácticamente duplicará las líneas de crédito para proyectos inmobiliarios inacabados, para permitir su finalización y para proteger a los hogares que han comprado departamentos por adelantado de perder toda su inversión. Como el exceso de capacidad no se puede revertir, la mejor opción es amortizarlo rápidamente.
Al mismo tiempo, el gobierno chino ha venido trabajando para aclarar los roles del sector privado y del sector estatal. Con el tiempo, esto debería restablecer la confianza y estimular la inversión del sector privado (siempre que los mensajes sigan siendo coherentes). Los esfuerzos recientes por alentar a los sectores púbico y privado a adoptar una mentalidad más emprendedora también ayudarán a vigorizar partes de la economía y la burocracia que se ven frenadas por el miedo a cometer errores.
Un análisis integral de las perspectivas económicas de China no debería centrarse exclusivamente en sus debilidades. La economía tiene muchos puntos fuertes importantes, sobre todo una abundancia de talento científico, tecnológico y empresarial. Esto ya ha contribuido al progreso de China -y, en ciertos casos, a su liderazgo- en una serie de tecnologías avanzadas, entre ellas la inteligencia artificial, la computación cuántica, los vehículos eléctricos, las baterías, la energía solar y algunas áreas de las ciencias biomédicas y de la vida. Y aportará beneficios aún mayores una vez que se resuelvan los desequilibrios actuales.
China tiene otra ventaja importante. Muchas economías en desarrollo no llegan a concretar su potencial de crecimiento, porque las políticas gubernamentales no respaldan -y, en muchos casos, rechazan activamente- el cambio estructural. China no tiene ese problema.
Su gobierno reconoce la importancia de la transformación estructural impulsada por la tecnología, y diseña políticas (y dirige la inversión) en consecuencia.
En este sentido, se puede considerar una buena noticia que los vientos en contra del crecimiento que hoy enfrenta China no sean principalmente el resultado de un contexto externo más hostil (aunque esto no ayuda). Más bien surgen, principalmente, de los desequilibrios internos y de una incertidumbre inducida por la política -problemas que el gobierno chino tiene la capacidad y la habilidad de abordar-. Por ejemplo, un estímulo fiscal centrado en respaldar el consumo puede ayudar a suavizar el proceso de reequilibrio e impedir una espiral descendente que se refuerce a sí misma.
Los desafíos que enfrenta China son enormes, pero no insuperables. Con una estrategia política clara y bien orientada, el impulso del crecimiento puede recuperarse en 2-3 años.