Por: Dr. Aldo Flores Quiroga
El futuro es impredecible desde que existe el tiempo.
Un paseo por las nubes de la comentocracia internacional, la élite que fija tendencia e influye determinantemente sobre la percepción de los acontecimientos mundiales, sirve poco para despejar la incertidumbre característica de esta nueva era. La diversidad de opiniones es bienvenida si no es que deseable, pero la dispersión de las apreciaciones publicadas en los medios apunta a que las bases de nuestro entendimiento de la transición actual son endebles, por elaborados que sean los argumentos de quienes las presentan.
Un botón de muestra proviene de las estimaciones sobre el devenir de la producción y la inflación en 2023, ambos estrechamente relacionados con lo que pase en los mercados de energía. Los economistas que publican en medios internacionales llevan más de un año sin resolver si la desaceleración económica que viene será profunda o leve como resultado del alza en tasas de interés que los bancos centrales han ido ejecutando con el fin de combatir la inflación.
Del lado pesimista, Nouriel Roubini vaticina un futuro catastrófico independientemente de lo que hagan los bancos centrales del mundo. Las “mega amenazas” que observa en el horizonte rebasan la capacidad de cualquier gobierno para gestionarlas. Hay poco de qué entusiasmarse frente al cóctel actual de desglobalización, fragilidad financiera, competencia geopolítica, nuevas pandemias, ciberataques, envejecimiento de la población mundial y autoritarismo.
Del lado optimista, Alan Blinder sugiere que va creciendo la probabilidad de un aterrizaje económico suave, aunque conseguirlo requerirá una combinación de suerte y capacidad de quienes llevan el timón de la Reserva Federal. El reajuste en las cadenas productivas posterior a la pandemia (el fin de los cuellos de botella, el rebalanceo en la mezcla de productos) y el muy bajo nivel de desempleo apoyan su perspectiva. También que la Reserva Federal ha logrado un aterrizaje suave en seis de 11 recesiones de los últimos 60 años. Su argumento no habla de “mega amenazas”, pero es razonable suponer que se sostiene a pesar de la mayoría de ellas.
Entre estos polos puede encontrarse un nutrido grupo de economistas famosos que apuntan hacia un desenlace extremo, suave, intermedio o incierto, según el modelo y la evidencia que concentran su atención. Concluir de su lectura que el vaso estará medio lleno o medio vacío es bastante superficial. Lo aparente es que hay un rango de resultados posibles y que según la elección selectiva de pasajes en los textos (un cherry picking común y corriente), el lector puede elegir la postura que más coincida con sus preconcepciones. Prácticamente todos los expertos coinciden, sin embargo, en que ni la Reserva Federal ni los demás bancos centrales del mundo la tienen fácil. El entorno actual es genuinamente complejo.
Hace un año recordaba el mito de Tántalo para referirme al inalcanzable objetivo de predecir el futuro. Si en un arrebato de soberbia nos atreviéramos a creer que podemos arrancar el fruto del árbol de la adivinación, las ramas se alejarían tan pronto entendiéramos el brazo. Ahora se me ha venido a la mente la proverbial parábola de los ciegos y el elefante. Nadie atina a describirlo porque nadie puede palpar en su totalidad. Las metáforas de cada ciego responden a una sensación limitada, local antes que global. El resultado es un conjunto de impresiones incompatibles entre sí.
Nada nuevo en esto. El futuro es impredecible desde que existe el tiempo. La receta frente a la incertidumbre es la acostumbrada: prudencia al transitar por una curva desconocida, ahorrar para un día de lluvia, diversificar apuestas, mantenerse alerta. Lo menos sorprendente de los meses que vienen es que nos terminarán sorprendiendo.
FUENTE: https://la-lista.com/opinion/2023/01/31/el-futuro-que-viene