El “Día de la Liberación”, como denominó triunfalmente el presidente estadounidense Donald Trump a su anuncio arancelario la semana pasada, podría asestar un golpe fatal al ya vacilante sistema de comercio internacional regido por la Organización Mundial del Comercio.
Basada en dos principios fundamentales —el trato nacional y la nación más favorecida (NMF)—, la OMC se diseñó para brindar previsibilidad al comercio y, por ende, a la inversión. El trato nacional garantiza que, una vez que las importaciones pasan la aduana, reciban el mismo trato que los productos similares de producción nacional. La norma NMF, con la excepción de las zonas de libre comercio, exige a los miembros de la OMC que otorguen igualdad de condiciones comerciales a todos los demás.
La medida de Trump amenaza con desmantelar este marco ya deteriorado y obsoleto, convirtiendo un sistema basado en reglas en una red caótica de acuerdos bilaterales. Sin embargo, en medio del caos yace una oportunidad: la de finalmente impulsar reformas largamente esperadas que podrían modernizar y revitalizar la gobernanza comercial global.
Me viene a la mente el famoso dicho atribuido a Winston Churchill: «Nunca desperdicies una buena crisis». Con ese espíritu, deberíamos aprovechar el momento e intentar reconstruir la confianza replanteando algunas de las obsoletas prácticas de la OMC, empezando por su hasta ahora sacrosanta regla del consenso.
Si bien la OMC podría tomar decisiones mediante votación, la práctica habitual es llegar a ellas por consenso. Sin embargo, los negociadores comerciales tienden a ver en las propuestas de otros una oportunidad para obtener concesiones y promover sus propios intereses. Su instinto les lleva a oponerse a las iniciativas para ganar poder de negociación.
Más allá de esta lógica perversa, la práctica de exigir consenso para todas las decisiones, en particular para las nuevas negociaciones comerciales, está paralizando el progreso en la OMC por dos razones clave.
En primer lugar, se basa en un supuesto jurídico —que todos los miembros de la OMC tienen los mismos derechos y obligaciones—, lo cual no refleja sus niveles de participación, enormemente diferentes, en el comercio mundial. En segundo lugar, las crecientes tensiones geopolíticas dificultan cada vez más el consenso, convirtiéndolo en un obstáculo en lugar de una herramienta para la cooperación.
Si realmente queremos revitalizar la OMC, debemos tener la valentía de reimaginar la regla del consenso de acuerdo con las realidades del comercio mundial. Una posibilidad sería establecer una regla de doble mayoría, en la que las decisiones requieran la aprobación de al menos el 65% de los miembros con derecho a voto que representen el 75% del comercio mundial.
Si avanzáramos en esa dirección, sería justo fortalecer también el llamado trato especial y diferenciado, que pretende otorgar derechos especiales a los países en desarrollo.
Es difícil iniciar reformas cuando la confianza entre los miembros de la OMC está tan baja. Sin embargo, podríamos empezar a reconstruirla identificando vías de cambio.
Otra opción es establecer una oficina de evaluación independiente en la OMC, una característica habitual de las instituciones de Bretton Woods y de todos los bancos regionales de desarrollo. Si bien esto no garantizaría la correcta aplicación de las reformas, al menos garantizaría que no se ignoraran los problemas críticos.
La idea no es nueva, y el costo no debería ser un obstáculo importante. En el FMI, por ejemplo, la oficina de evaluación independiente opera con tan solo el 0,5 % del presupuesto operativo del fondo, pero es muy eficaz. Si la OMC quiere seguir siendo relevante y receptiva, es hora de que considere un enfoque similar.
El camino a seguir no tiene por qué ser una escalada de represalias y caos. Los responsables políticos serenos deberían contrarrestar el anuncio de “liberación” de Trump reafirmando la cooperación comercial por encima de la confrontación. Iniciar un proceso de reforma y modernización de la OMC tranquilizaría a los mercados de que lo que nos espera es estabilidad, no agitación.
Fuente: https://www.ft.com/content/a3871baa-be36-4057-ad10-a42caeaad472?shareType=nongift