En agosto de 2019, en medio de una escalada de la guerra comercial con China, el entonces presidente norteamericano Donald Trump disparó una serie de tuitsdándoles instrucciones a las empresas estadounidenses de “empezar de inmediato a buscar alternativas para China” y traer de nuevo la fabricación a Estados Unidos. El reclamo en aquel momento hizo caer en picada a los mercados bursátiles y alarmó a las empresas estadounidenses con exposición a China.
Si bien Trump terminó suavizando su postura, la amenaza subrayó una realidad perturbadora que el mundo debe enfrentar ahora que regresa a la Casa Blanca: el presidente tiene el poder de cortar lazos con la segunda economía más grande del mundo y puede hacerlo obedeciendo a un simple capricho.
Frente a la rotunda victoria de Trump sobre Kamala Harris, se cierne el espectro de su estrategia impulsiva y de mano dura en materia de diplomacia. Si sus acciones pasadas sirven de indicio, las empresas estadounidenses pronto tendrían que prepararse para otra ronda de maniobras erráticas y arriesgadas -o algo peor- contra China.
La Constitución de Estados Unidos delega la autoridad sobre las relaciones exteriores tanto en el presidente como en el Congreso, una estructura diseñada para atemperar la discrecionalidad ejecutiva con la supervisión legislativa. Pero este equilibrio ha cambiado drásticamente en las últimas décadas. La política exterior hoy se concentra de forma abrumadora en la rama ejecutiva y, en términos generales, no está controlada, una tendencia que los politólogos atribuyen a un ascenso del partidismo y a una caída de la experiencia parlamentaria. Y dado que ambos partidos favorecen un enfoque de línea dura hacia China, Trump tendrá aún más libertad para arremeter contra el país.
Por su parte, la “seguridad nacional” ha demostrado ser considerablemente maleable, extendiéndose mucho más allá de los temores tradicionales como la defensa nacional y la ciberseguridad. Ahora abarca todo desde los flujos de datos transfronterizos y las vulnerabilidades de las cadenas de suministro hasta la protección de industrias consideradas demasiado críticas como para ser dominadas por competidores extranjeros.
Esta definición ampliada ha permitido acciones presidenciales que habrían sido inimaginables hace apenas diez años. Consideremos algunas de las medidas adoptadas por Trump y su sucesor, Joe Biden: sancionar a Huawei y ZTE; prohibir TikTok; bloquear la inversión china en una aplicación de citas; lanzar la polémica “Iniciativa China” que apuntaba desproporcionadamente contra los científicos chinos que trabajaban en Estados Unidos; imponer un embargo de semiconductores a China; restringir la inversión estadounidense en inteligencia artificial y computadoras cuánticas chinas; y, más recientemente, aplicar aranceles del 100% a los vehículos eléctricos y baterías chinos.
Muchas de estas políticas agresivas deberían implementarse solo en emergencias. Pero también se ha ampliado considerablemente el concepto de “emergencia”, que hoy incluye frenar el ascenso de China. Y cuando Trump asuma la presidencia en 2025, la capacidad y voluntad de la rama ejecutiva para declarar una “emergencia” e imponer medidas extraordinarias bajo la pancarta de “seguridad nacional” podría aumentar sustancialmente.
Mientras que las cortes estadounidenses tienen autoridad para controlar los poderes presidenciales -como lo hicieron al bloquear los intentos de Trump de prohibir TikTok y WeChat-, tienen un poder de supervisión limitado de la política exterior. En cuestiones de seguridad nacional, en particular, los tribunales federales históricamente han sido muy deferentes -más aún cuando el Congreso y el presidente están alineados-. La reciente sanción de la legislación sobre TikTok ilustra de qué manera el Congreso puede restablecer rápidamente el poder ejecutivo después de que un dictamen judicial lo restrinja. Como resultado de ello, TikTok y otras empresas chinas constantemente lidian con una hostilidad renovada del ejecutivo, como un juego interminable de whac-a-mole.
Irónicamente, esta concentración de poder en la presidencia de Estados Unidos refleja el modelo de gobernanza chino que los líderes norteamericanos critican con tanta dureza. Como muestro en mi libro High Wire: How China Regulates Big Tech and Governs Its Economy, la consolidación del poder político en China en los últimos diez años muchas veces ha llevado a cambios drásticos en las políticas que minan la confianza de los inversores y frenan el espíritu empresarial. Los recientes errores del gobierno chino -desde el mal manejo de la pandemia del COVID-19 hasta las medidas enérgicas contra el sector tecnológico e inmobiliario, y ahora la respuesta aletargada a los crecientes riesgos de deflación- deberían servir de advertencia.
Asimismo, Estados Unidos está empezando a sentir las consecuencias no deseadas de su propia estrategia hostil hacia China. La Iniciativa China ha llevado a un éxodo de científicos chinos talentosos, muchos de los cuales han regresado a su país. Por su parte, la eficacia de las duras sanciones y de los controles de las exportaciones de Estados Unidos está menguando. Huawei, que en un principio experimentó dificultades con estas medidas, últimamente se ha vuelto más fuerte, vigorizada por el respaldo estatal y la firme resolución de volverse autosuficiente. En sus esfuerzos por contener a China, Estados Unidos corre el riesgo de crear un rival más resiliente -fortalecido por las mismas presiones que pretenden suprimirlo.
Pero, en lugar de reevaluar la eficacia de sus tácticas de línea dura, los organismos estadounidenses están redoblando las sanciones y las restricciones. Inclusive la tristemente célebre Iniciativa China, a pesar de haber sido “suspendida”, persiste de forma apenas disimulada.
Hasta el momento, gran parte de la discusión sobre la rivalidad sino-norteamericana se ha centrado en el ascenso de China como principal catalizador de los cambios en la política de Estados Unidos. Pero esto ignora un punto crucial: el conflicto también puede remontarse a un déficit democrático en la formulación de la política exterior norteamericana. Si Estados Unidos toma medidas cada vez más extremas para contener a China, cosa que probablemente suceda durante un segundo gobierno de Trump, corre el riesgo de ampliar ese déficit -y de definirse por aquello a lo que se opone.