México se encuentra ante una gran encrucijada. Los problemas estructurales que enfrentamos están erosionando los cimientos de un país que, hace medio siglo, contaba con una economía más saludable y con mayores perspectivas. Hoy, la realidad es distinta. La miscelánea fiscal de 2025 no solo es desalentadora, sino que también cierra las puertas a la inversión, tanto extranjera como nacional. Y es precisamente esta última la que debería ser nuestro pilar.
Países como China y Estados Unidos fomentan el consumo interno para fortalecer sus economías. En contraste, México parece ir en sentido opuesto. Nuestro clima económico carece de estímulos para la inversión nacional, las tasas de interés son altas, y las micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYMES), que representan el corazón de nuestra economía, no cuentan con apoyos significativos. El marco impositivo es excesivamente tóxico para quienes buscan invertir, y las decisiones del gobierno parecen improvisadas, como lo demuestra el reciente impuesto a los cruceros, que afortunadamente fue revertido.
Pero el verdadero problema no es financiero; es moral. Los pequeños empresarios, quienes representamos entre el 60% y el 70% de las empresas mexicanas, vivimos en un clima desalentador. La inseguridad jurídica es alarmante. Los procesos legales, que antes se resolvían en ocho meses, ahora tardan años. Este estancamiento mina la confianza y dificulta cualquier posibilidad de crecimiento.
Planes como el “Plan México” carecen de claridad y ejecución. Como experto en comercio internacional, veo con preocupación la falta de solidez en las propuestas gubernamentales. Las críticas no provienen de un lugar de pesimismo, sino de una perspectiva profesional. Las soluciones parecen simples, pero requieren voluntad y claridad de quienes toman las decisiones.
El manejo de nuestras reservas financieras es otro ejemplo preocupante. El “carry trade” que mantiene fondos inmovilizados en el Banco de México beneficia al sistema financiero de Estados Unidos, pero aporta poco a nuestra economía. Este dinero podría generar al menos un 2% adicional al PIB, pero permanece sin aprovecharse.
A pesar de radicar en el extranjero, sigo creyendo en México. Mis inversiones están aquí porque confío en el potencial del país. Sin embargo, no puedo ignorar que más del 80% de las decisiones gubernamentales actuales carecen de rumbo. La herencia para las futuras generaciones es desoladora: inseguridad jurídica, incertidumbre empresarial y una pérdida de capital humano y económico.
La migración de grandes capitales es una señal de alerta. En ciudades como Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara, la cantidad de propiedades en venta refleja una tendencia preocupante. Muchos empresarios buscan otros horizontes, con un segundo o tercer pasaporte en mano.
La reciente miscelánea fiscal, con sus 830 páginas de complejidades, plantea preguntas válidas: ¿Cómo se implementarán estas disposiciones? ¿Con qué herramientas tecnológicas y capacidad de ejecución? La inteligencia artificial podría ser una respuesta, pero es un sistema que requiere tiempo para aprender y adaptarse. Mientras tanto, la Secretaría de Economía parece más enfocada en hacer política que en fomentar el crecimiento económico.
La situación se agrava con la repatriación de paisanos que, al regresar, aportan habilidades y capital productivo. Sin embargo, no hay un esfuerzo significativo por parte del gobierno para integrarlos al tejido económico. Los consulados en la frontera carecen de acción y voluntad, dejando pasar una oportunidad crucial para el país.
México necesita voluntad, claridad y profesionalismo en la toma de decisiones. Solo así podremos superar esta encrucijada y construir un futuro más prometedor para todos.
Dr. Rogelio González