Por: Adam Smith, historiador
En Estados Unidos, en la segunda mitad del siglo XIX, un grupo de hombres extraordinarios y controvertidos encabezaron la transformación de este país de una república de granjeros y comerciantes a una superpotencia propulsada a vapor.
Sus nombres -Vanderbilt, Carnegie, Rockefeller- siguen siendo sinónimos de fortunas colosales.
Para algunos, estos hombres fueron los heroicos empresarios que hicieron grande a Estados Unidos. Para otros, fueron plutócratas que llevaron a mujeres y hombres que alguna vez fueron independientes a depender del tedioso trabajo asalariado: los “barones ladrones” que se robaron el sueño americano.
A medida que la economía estadounidense avanzaba rápidamente a lo largo del siglo XIX, nada simbolizaba más ese dinamismo en todo su caos feroz que los ferrocarriles.
Los dueños de las compañías ferroviarias mintieron, engañaron y sacaron del camino a otros para hacer sus fortunas.
Fue competencia empresarial en su estado más crudo. pero un titán de los negocios, John Pierpont Morgan, quiso no solo ganar la competencia sino detenerla, incluso si eso requería el mismo nivel de crueldad.
Cornelius Vanderbilt hizo su fortuna con los barcos, Jay Gould con los trenes, Andrew Carnegie con el acero y John D. Rockefeller con el petróleo. J.P. Morgan hizo su fortuna -mucho más modesta- con las fusiones corporativas.
Los otros “barones ladrones” tenían la ventaja de ser los más grandes en cada uno de sus sectores, pero aún así permanecerían vulnerables a los choques sistémicos de la economía.
Encuentro en “El Corsario”
J.P. Morgan, el primer banquero de la era moderna -o el “disciplinador del mercado”, como se le ha llamado-, se aseguró de que ninguna empresa que fuera demasiado grande como para fracasar lo hizo.
En 1885, Morgan usó su poder de intermediación con una fuerza característica: para evitar una guerra de precios entre los dos ferrocarriles más grandes de la costa este de EE.UU.
Carnegie financió al Ferrocarril Central de Nueva York para construir una nueva línea que rompiera el monopolio que tenía el Ferrocarril de Pensilvania sobre el transporte de acero.
El magnate de origen escocés buscaba reducir sus costos de flete. Pero Morgan temía que si dos grandes ferrocarriles participaran en una guerra de precios destructiva, que ninguno de los dos podía afrontar, la economía se desestabilizaría.
A espaldas de Carnegie, Morgan organizó una reunión secreta con los presidentes de ambas empresas ferroviarias en su opulento yate, el Corsario.
Fue el lugar perfecto para ese encuentro: nadie pudo bajarse antes de haber aceptado los términos de Morgan, a menos que les apeteciera nadar.
Y así, Morgan obtuvo lo que quería. No a través de mucho diálogo, sino principalmente clavándole la mirada a los dos hombres desde una silla en la esquina, con el ceño fruncido como un director de escuela decepcionado, hasta que los ferroviarios prometieron no competir.
Para Morgan, sofocar la competencia no era solo una forma de ganar dinero, sino también una forma de poner orden en la economía. En esta ocasión, por una vez, Carnegie salió perdiendo.
“Morgan modificó llevó a cabo un alto grado de orden al sistema financiero ya la economía estadounidense”, señala el historiador Steve Fraser.
El casi colapso de 1907
La batalla de Morgan contra la competencia irracional “ruinosa” abarcó todo el campo de la economía estadounidense: desde la agricultura (creó International Harvester) y las telecomunicaciones (AT&T), hasta la electricidad (General Electric) y la industria que dominó Carnegie, el acero.
“US Steel es la primera corporación de mil millones de dólares creada por Morgan en 1901 para consolidar la mayor cantidad posible de la industria del acero, comprando, fusionando y creando esta única corporación”, señala Fraser.
“Esto reduce el nivel de competencia para estabilizar el mercado”.
“Debido a que es muy respetado y porque la influencia de su banco se perfeccionó tan intensamente en todo el sector financiero, en 1907, cuando parece que se avecina otro colapso financiero, Morgan pudo reunir a su círculo de banqueros y hacer que rescatan al Trust (sociedades fiduciarias) cuyo hundimiento hubiera tirado abajo a la economía”, cuenta el historiador.
“Fue capaz de enderezar la economía, cosa que un solo hombre no hubiera podido hacer más adelante, cuando la economía creció a mayor escala”.
Morgan fue una pieza clave tanto en la configuración de la nueva economía estadounidense como en la creación del nuevo perfil público de los más ricos y poderosos.
Hoy consideramos la ostentación de riqueza como algo natural, pero a finales del siglo XIX y principios del XX, era algo novedoso en EE.UU.
Es un mundo que captura muy bien la novela de Edith Wharton, “The House of Mirth” (La casa de la alegría), donde, especialmente si eres mujer, lo que vistes puede ser crucial para tu lugar en el mundo.
Y así, la nueva riqueza también presentó una nueva forma de ansiedad.
“Es la era del consumo conspicuo”, dice Joanna Cohen, de la Universidad Queen Mary de Londres.
“El yate de J.P. Morgan, el Corsario, es el ejemplo perfecto de la riqueza ostentosa. Pero no son solo los grandes ‘barones ladrones’ los que gastan dinero, todos gastan más y utilizan más crédito en bienes, ropa, muebles de lujo y diseño de interiores”.
“Entonces, ¿qué hacen estos tipos con enormes fortunas? Lo invierten en filantropía”, explica la historiadora.
“J. P. Morgan fue uno de los fideicomisarios del Museo Metropolitano de Arte y estaba en el consejo directivo del Museo de Historia Natural”.
“En la sociedad altamente estratificada, como lo era Nueva York, poder invertir en la filantropía era una forma de demostrar que había llegado a la escena social”, señala Cohen.
Pero el consumo no era solo una ansiedad de élite; también presentó nuevas posibilidades para las masas.
“Las maravillas tecnológicas no tiene precedentes. Desde el teléfono y la luz eléctrica hasta el ascensor y los rascacielos”, detalla Fraser.
“También es el momento del fonógrafo y el cine”, agrega Cohen.
Pero a pesar de todo esto, algo se perdió. Los cambios sísmicos que llevaron a EE.UU. los “barones ladrones” transforman el concepto del sueño americano.
“El sueño americano alguna vez se asoció con el logro de un bienestar en una escala modesta, con lograr la igualdad con tus pares”, explica Fraser.
“A finales del siglo XIX, el sueño se transforma: Wall Street se convierte en un patio de recreo, un lugar donde todos pueden ir y hacerse súper ricos de la noche a la mañana. Así, el sueño americano se agranda, se torna como obeso”.
Para el historiador, esa aspiración también queda mancillada. “Después de la era industrial hay enormes desigualdades, por lo que el viejo sueño se pone rancio”.
El legado
¿Cuál fue entonces el legado que dejó J.P. Morgan y los otros “barones ladrones” como Vanderbilt, Gould, Carnegie y Rockefeller, cuáles nombres aún resuenan hoy?
“Algunos todavía admiran la enorme influencia que tuvieron, mientras que otros creen que fueron una de las más grandes amenazas a la república”, dice Cohen.
“Son grandes símbolos morales: por un lado representan las historias de mayor éxito de EE.UU.. Por el otro, simbolizan todo lo que puede salir mal en un país: la avaricia, la corrupción”.
Los “barones ladrones” abandonaron imponentes construcciones, como el Rockefeller Center y el Carnegie Hall, pero además moldearon a las grandes ciudades, con sus enormes edificios, grandes corporaciones y millones de habitantes, que fueron un producto de la revolución económica que ellos lideraron en el siglo XIX.
Estos magnates también dejaron su huella en el gigante contraste que sigue teniendo entre los dueños de los enormes edificios y grandes corporaciones y las personas que perdieron todo con las disrupciones económicas.
Los “barones ladrones” fueron el producto de dos impulsos que compitieron: por un lado, celebraron su propio individualismo y fueron los grandes disruptores, trayendo nuevas tecnologías y nuevas formas de hacer negocios para derrocar al antiguo orden económico.
Pero, por otro lado, lograron acumular sus colosales fortunas no siendo innovadores, sino imponiendo monopolios y venciendo a la competencia con una despiadada lógica de “economías de escala”.
¿Por qué los “barones ladrones” siguen siendo importantes hoy? Porque también vivimos en un mundo en el que existen dos fuerzas beligerantes: la “disrupción” económica y el enorme poder corporativo. Es una realidad que los “barones ladrones” reconocerían, porque es el mundo que ellos ayudaron a crear.
“La” foto
Según la periodista Abigail Tucker de la revista Smithsonian, J.P. Morgan estaba demasiado ocupado haciendo dinero como para sentarse durante horas para ser inmortalizado en una pintura, como era costumbre en la época.
En cambio, decidió comisionar un retrato fotográfico a un joven talento Edward Steichen. Una de las dos fotos que éste tomó en 1903 se convirtió en el la imagen por excelencia del magnate.
“Se ve como un pirata bien vestido”, dijo a la revista la biógrafa Jean Strouse, acotando que “las fotos no mienten”: “Eso lo tenía dentro suyo”.
Es que esta oscura foto lo retrata como un capitalista despiadado, quien incluso parece tener una daga en su mano izquierda.
Según explicó Penélope Niven en su biografía de Steichen, “el gran banquero se erizó ante la lente del fotógrafo”.
Steichen comprendió entonces que “para llegar a la esencia” del individuo en un retrato, “necesitas guiar o sorprender a tu sujeto en esa revelación de carácter”.
En un principio, J.P. Morgan rompió la copia, pero luego intentó hacerse del original, ofreciendo por él hasta lo que hoy serían más de US$140.000, de acuerdo con el citado artículo de Smithsonian.
La crítica de fotografía Vicki Goldberg afirmó: “Si esta iba a ser la imagen pública de él, entonces tenía sentido que un hombre que era un barón ladrón, tan inteligente respecto a su colección de arte y al control de tantas fortunas, quisiera tener control de esto”.
Pero no lo consiguió.
FUENTE: https://www.bbc.com/mundo/noticias-47970458