Por: Dr. Aldo Flores Quiroga, Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México. Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.
Es preciso evaluar el cerrar o no refinerías de Pemex. Es decisión crucial para la industria y seguridad energética de México.
El próximo gobierno de México tendrá que decidir, como ha sido tradición para todos sus antecesores, sobre el futuro del sistema nacional de refinación (SNR). Pemex lleva cuando menos 20 años acumulando pérdidas sostenidas en esta industria, ha llegado a operar a menos del 50% de su capacidad nominal para procesar crudo, cercana a 1.2 millones de barriles diarios, y obtiene más de un litro de combustóleo por cada litro de gasolina que produce. En contraste, las competidoras de Pemex del lado norteamericano del Golfo de México han sido generalmente rentables, salvo por períodos de precios tan altos del crudo que castigan el margen obtenido de refinar, operan arriba del 90% de su capacidad, emplean 10 veces menos trabajadores por barril refinado y producen entre 10 y 15 veces menos combustóleo por barril procesado.
Estas pérdidas, capacidad ociosa y mezcla de producción de bajo valor y contaminante del SNR han contribuido no solo en el crecimiento de la deuda de la empresa, sino a mantener importaciones cercanas al 60% del consumo total de combustibles del país. Seguir por la misma ruta es tan oneroso como riesgoso para la seguridad energética del país.
Como es de esperar, sobran propuestas para superar esta situación. A grandes rasgos, podrían distinguirse por sus supuestos en tres áreas: las capacidades operativas y financieras de Pemex, el futuro de la demanda de automóviles eléctricos y el nivel adecuado de importaciones de combustibles.
De un lado están argumentos basados en la persuasión de que Pemex cuenta con la capacidad operativa para el mantenimiento, reconfiguración y reconversión de sus refinerías, pero carece del presupuesto suficiente para llevar a cabo estas tareas. Si tan solo le asignaran un presupuesto mayor, dice el ya añejo pero infructuoso razonamiento, Pemex podría entregar un sistema nacional de refinación modernizado, con costos de operación comparables a los de sus competidoras. La rentabilidad regresaría porque la demanda de vehículos con máquinas de combustión interna seguiría creciendo dentro y fuera del país, manteniendo los ingresos por ventas de combustibles por encima del costo de producirlos. Y con la capacidad de procesamiento adicional de la refinería Olmeca-Dos Bocas, el país dejaría por completo de importar combustibles.
Del otro lado, se ubican las propuestas que no ven más remedio que cerrar una o más refinerías porque Pemex ha demostrado no tener la capacidad para operarlas rentablemente, la demanda de combustibles se estancará o disminuirá con la rápida adopción de los vehículos eléctricos y el mercado internacional seguirá siendo una fuente confiable de suministro. Sería mejor, por ejemplo, terminar con la operación del ineficiente binomio Madero-Cadereyta, aprovechando la llegada de la polémica refinería Olmeca. Las cuatro refinerías restantes podrían reconvertirse para apoyar la producción de petroquímicos o biocombustibles y las dos cerradas podrían adaptarse como nodos para agilizar la logística de importación, almacenamiento, transporte y distribución de combustibles. Los combustibles faltantes podrían importarse en el líquido y sobrado de capacidad mercado internacional.
En otras latitudes, la pérdida de rentabilidad real o esperada ha resultado en el cierre de refinerías, aun tomando en cuenta la reserva que tienen otras empresas de ingenieros, técnicos y trabajadores de gran experiencia. Desde la pandemia del COVID han cesado las operaciones de refinerías en Estados Unidos, Europa, Rusia, China y Oceanía que procesaban en conjunto 3.3 millones de barriles diarios, casi tres veces la capacidad de refinación de México. Las empresas dueñas de ocho refinerías que cerraron en Estados Unidos fundamentaron su decisión señalando los altos costos operativos, menores ventas esperadas y daños por huracanes, entre otros factores que las llevaron concluir que no vale la pena invertir en tratar de modernizarlas. Algunas de esas refinerías se están reconvirtiendo para producir biocombustibles. También cerraron refinerías en Bélgica, España, Finlandia, Francia, Italia, Portugal y Noruega. Australia tenía ocho refinerías hace veinte años; hoy tiene dos. La única refinería en Nueva Zelandia cerró el año pasado por bajas perspectivas de rentabilidad y a partir del muy debatido argumento de que depender del mercado externo para sus combustibles no era un riesgo para su seguridad energética.
Ahora bien, en otras latitudes hay empresas que sí han encontrado razones para invertir en nuevas refinerías o ampliar la capacidad de las existentes, sea porque estiman una demanda creciente de combustibles y petroquímicos o para moderar importaciones. En su mayoría son proyectos de empresas nacionales de África, Asia y Medio Oriente, pero hay inversiones público-privadas y privadas. Son nuevas mega refinerías de empresas como Saudi Aramco en Arabia Saudí y KPC en Kuwait, con el doble de capacidad de Dos Bocas.
Hay sociedades como la de Sonangol de Angola con Gemcorp de Reino Unido, o la de Saudi Aramco con cuatro empresas estatales de Pakistán. Y hay expansiones como anunciada por ExxonMobil para su refinería de Beaumont, Texas. En un par de años entrarán en operación y sumarán en conjunto una capacidad de 4 millones de barriles de procesamiento.
Si el próximo gobierno decide seguir apoyando a Pemex bajo los mismos términos que hasta ahora, sin dejarla operar como empresa, es prácticamente un hecho que veremos más de lo mismo; más pérdidas y combustóleo en exceso. Si en cambio, decide dejarla ser empresa, la empresa deberá evaluar nuevamente la rentabilidad de sus inversiones, sin descartar el cierre de alguna refinería y en su lugar crear reservas estratégicas y diversificar las fuentes de importación de combustibles. No sería la primera vez que una refinería cierre en México. En 1991 el gobierno decidió cerrar la de Azcapotzalco para disminuir la contaminación en la Ciudad de México y evitar más accidentes como la explosión registrada en 1984. Pero no se trata de razonar por analogía, sino de evaluar caso por caso la rentabilidad de cada refinería y decidir en consecuencia.
El cierre de una refinería deberá ser acompañadao de una serie de medidas no estrictamente energéticas que faciliten la reconversión de los activos de refinación a otros usos y la recontratación de trabajadores en otros sectores. Sobre todo, lo último. Enviar a la calle a, digamos, 6 mil trabajadores (de los 24 mil que trabajan en refinación) sin un plan de apoyo puede regresar al equilibrio los estados contables, pero a un costo económico y político que influiría sobre los esfuerzos futuros para mejorar los resultados de la empresa.
FUENTE: https://la-lista.com/opinion/2023/10/03/cerrar-refinerias-de-pemex